Lo ideal, en cualquier caso, sería aprender a estar triste. No como una especie de regodeo autocomplaciente, sino triste porque te ha fallado todas tus emociones, todas tus esperanzas, todo aquello que pusiste sobre una mesa muy bien montada pero sin alimentos.
Ser poseedores de una tristeza serena y casi hermosa. Un estado de aceptación de la condición humana. Porque es ciertamente necesario comprender que, a medida que la vida avanza, la tragedia se precipita sobre uno. Inexorable, brutal, catastrófica. Sobre todos nosotros, porque las películas que acaban como la vida son las buenas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario