Hay un momento en el que reflexiona sobre la autocompasión, sobre el repudio que nos produce. En todo momento se lucha contra ese sentimiento, pero se acaba reconociendo que todos aquellos que han perdido a un ser amado tienen razones de peso para sentir lástima por sí mismos, “y hasta una necesidad apremiante de hacerlo”.
“Somos seres mortales imperfectos, conscientes de esa mortalidad incluso cuando la apartamos a empujones, decepcionados por nuestra misma complejidad, tan incorporada que cuando lloramos a nuestros seres queridos nos estamos llorando también a nosotros mismos, para bien o para mal. A quienes éramos. A quienes ya no somos. Y a quienes no seremos definitivamente un día” (JD)
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