mis anónimos y yo

Tengo una colección de anónimos. Yo, que no guardo las fotos familiares, colecciono fotos de personas que ya no existen, a las que nunca conocí. Mirándolas pienso en términos casi literarios, quienes fueron, a qué dedicaron sus vidas, cuales fueron sus fracasos, si los éxitos les daban calor en sus camas.
En definitiva, me gustan las fotos anónimas porque puedo inventar casi todo sobre los personajes. No conozco su pasado, no sé que fue de ellos. Es como si de verdad las imágenes contuvieran más de mil palabras. Mentira que se repite con frecuencia para hablar sobre lo que significa una imagen. !Qué más quisieran algunos que tener mil palabras!.
En un tiempo lleno de ruidos y de escaso silencio, la palabra sólo es lo que parece: pura y burda información. En la foto como en la vida, la sombra del pasado es alargada.
Ahora a éste tipo de fotografía se le llama vernacular.
Hay ocasiones en las que enseño ésta fotografía cómo si fuera la de mi primera comunión. Y me siento francesa y rubia, siendo como soy una renegría del norte.
Casi me siento Fellini, que contaba que una mentira es una verdad inventada.
Vuelvo sobre la foto y me parece que es una novia. Lástima que no me haya casado nunca.