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Nunca llevo agenda. Quiero decir que nunca la he llevado, y empiezo a tener que anotar algunas citas. Pocas, pero las necesarias. No quiero perder el tiempo.
Y me preocupa. Cada vez necesito ser más libre. Necesito menos cosas. Por lo que cada vez reduzco el trabajo a lo estrictamente necesario.
Creo que esa historia de la ambición y el amor al trabajo bien hecho son un signo indeleble de la derrota y de la sumisión más estúpida. Sé que esto puede levantar ampollas. Me pongo pomada.
He creído en el trabajo bien hecho, y observo quienes ocupan los mejores trabajos. No son precisamente unos dechados de sabiduría.
La creencia en la abstracta invención de la "trayectoria profesional" es una enfermedad típica de la clase media. Leed ésto sin acritud.
Yo he trabajado mucho. Y trabajo, pero no ambiciono casi nada. El trabajo bien hecho es aquél con el que disfruto. Y por el placer nunca cobro.
Soy moderadamente crítica con el tema de las mujeres que no se realizan si no trabajan. Hay caso de trabajos y casos de realización. Sin embargo, si no nos pagarán a final de mes, muchas dejaríamos de realizarnos. No voy a extenderme porque está muy bien visto trabajar mucho. Pensarlo por vuestra cuenta.
Liberarme de un trabajo basado en la trayectoria profesional ha sido mi meta. Porque la expectativas son las de los otros.
Vivimos unos tiempos e los que los buscadores de libertad tienden a ser objetos de burla, y a ser tachados de excéntricos. Trabajar para vivir no es lo mismo que vivir para trabajar.
Menos consumo consume menos tiempo, y el tiempo no es oro sino que el oro es el tiempo.
Rara, soy una rara. Ausencia más aguda presencia, dijo el poeta.
Confieso que he trabajado. Ahora quiero confesar que pierdo el tiempo.