Quería haberme ganado la vida como veraneante perpetua, pero nací y crecí en un momento, en que trabajar era una especie de profesión muy bien vista. Al tener que hacer como que trabajaba, tuve que buscar una dedicación que me gustase y me dediqué al arte y la cultura. Era lo que yo consideraba “lo único”.
Mi madre, cuando iba a verla y le contaba lo que hacía, decía “hija mía, cuanto hay que trabajar para no hacer nada”. Porque trabajar trabajaba mucho, demasiadas horas, que sin embargo, al estar inmersa en lo que más me gustaba me parecía ocio. El negocio no aparecía por ninguna parte.
Ese es el resumen, iba y volvía, sin una forma de profesión sólida, evitando concienzudamente lo que de verdad se consideraba una "posición". Además la representación de la realidad me parecía demasiado aburrida y concreta, así que estaba siempre por las ramas. También es verdad que el medio artístico y sus representaciones de la realidad, cuánto más las conocía, menos sabía. Así me negaba a los conceptos con trastiendas vacías. Me convertí en una mediocre profesional que sabía algo de mucho y no estaba especializada en na.da.da. (Fue mi época neo-dadá).
Conocía y admiraba el magisterio de Duchamp sobre la ingeniería del tiempo perdido, sabía de la magia de la grasa de Beuys, de la banalidad de Warhol, de la palabra escrita de Kosuth. Es decir, que los que me interesaban eran aquellos profesionales de la nada. Eso sí, pensada y conceptualizada.
En esas estoy,…..no soy nada. Sé bastante sobre la nada, y no madrugo nada. A mi manera, creo que he alcanzado el éxito.