
Hace algunos-pocos años conocí en
Portobelo a
Milly, y nunca jamás he visto alguien tan alegre. Iba y venía corriendo con su sonrisa siempre puesta, con sus
flip-
flops corriendo por las piedras y con ganas de comerse el mundo y un trozo de piña de mi desayuno. Era absolutamente
feliz con nada, y tenía un mundo interior que exteriorizaba sin parar.
Sin complejos, loca por vivir, jugando sin parar y descubriendo no sólo el mundo; sino el mar que tenía delante de su casa. Reptaba por la arena moviendo los brazos, encantada de creer que sabía nadar.
Era lista, era inteligente, y sigue
siendo. Me gustaría que fuese lo suficiente para que cuando cumpla 20 años más, siga dispuesta a comerse el mundo y a cualquier macho-
man que quiera someterla. Sólo quiero que la quieran, que la dejen ser ella, y sobre todo que haya aprendido a nadar bien para alejarse de los tiburones.
Milly sin salir de su pueblo, pasaba las tardes según contaba tan pronto en
Colombia, como en Paraguay.
A veces le decía "
Milly cuéntame algo" y ella contestaba " uno, dos, tres,.."
Y me cansan esos personas que van de turistas y cuando vuelven dicen "son pobres, pero son tan felices". Cómo si por ser pobres tuvieran que tirarse por el malecón.
Son pobres, felices, y en ocasiones se sienten desgraciados. Desde luego les faltan cosas, pese a ello no necesitan "
prozac".
¿Qué quieres
Milly, le preguntaba? Y me
respondía "
pocotón de cosas". Es decir: muchas, todas.
Le llamaba
Millypocotón. Y la quiero.
(fotografía Alma Almarán)