Leo que ha salido un libro sobre Pizarnik titulado Alejandra, -nada más- y
que la poeta que siempre apareció torturada, depresiva y loca, también
tuvo momentos alegres. Siempre el personaje de la poetisa fue escrito
por todos los que gustan de las tragedias. Y puede que se quedaran en el
hecho morboso del mensaje escrito en la pizarra, antes de vaciar el
frasco de seconal. Así que me apunto en mi bitácora una Alejandra que no
conocía; a la espera de leer con fruición lo que dicen dos personas que
la conocieron y vivieron.
Me gusta que empiece
“El mensaje de Pizarnik ha sido un muy potente mensaje de vida”.
¿Pizarnik vital? Sí, y esto que podría reducirse a un ingenioso juego de
palabras revela una verdad notable. No sólo porque un moribundo que se
aferra a la vida puede ser mucho más vital que un optimista que niega la
muerte (“quisiera demostrar cuánta libertad puede a veces tener un ser
oprimido y angustiado”, escribió Pizarnik en una de sus cartas al poeta
Rubén Vela) sino también porque un eje fundamental de su obra es la
oposición entre eros y poesía, en la que se inclina por lo primero: “Del
combate con las palabras ocúltame / y apaga el furor de mi cuerpo
elemental”, dice en el poema “Destrucciones”, incluido en Los trabajos y
las noches (1965). La misma idea se plasma en el poema “Amantes” del
mismo libro: “Mi cuerpo mudo / se abre / a la delicada urgencia del
rocío”; y de manera mucho más cruda en “Solamente las noches”: “Coger y
morir no tienen adjetivos”.
Y pienso: Sin adjetivos se coge (folla) mejor. Los angustiados vivimos a tope. Nuestros furores los apagan con cubos helados los optimistas militantes. Montando a pelo y sin casco.